Nunca entenderé el deseo de que este tipo tenga un segundo acto, de ser curado, de poner su vida en orden. La noción de que alguna vez se arrepentiría, aceptaría un trabajo y saldría los viernes a tomar una cerveza y reír con sus amigos es tan repugnante como improbable. Es la demanda de lo imposible y ninguna persona moralmente normal lo desea.